Despelote no es un juego de fútbol, aunque un balón lo signifique todo. Es un retrato en primera persona de crecer en Quito en 2001, justo cuando Ecuador estaba a un paso de clasificarse a su primer Mundial. Eres Julián, un niño de ocho años, y tu mundo son las calles, tus amigos, las conversaciones de los adultos y ese murmullo constante del fútbol que se cuela en cada esquina.

Lo interesante es cómo convierte lo cotidiano en experiencia jugable. No hay barras de vida, no hay goles que marcar: lo “jugable” está en explorar, escuchar, patear la pelota y dejarte llevar por las reacciones de la ciudad. En vez de misiones, encuentras momentos; en vez de épica, un día a día lleno de detalles pequeños que, juntos, forman un retrato muy poderoso de un país al borde de un sueño colectivo.

Visualmente apuesta por un estilo desenfadado, con animaciones que a veces se sienten torpes pero que encajan con el tono inocente de la propuesta. El sonido es clave: radios que suenan, voces en la calle, comentarios de gente que no sabe que la escuchas. Todo eso ayuda a darle vida al retrato urbano, y cuando la ciudad vibra con un partido, tú lo sientes también.

No es un juego pensado para todo el mundo. Si buscas acción o sistemas complejos, probablemente te aburras rápido. Pero si te atraen las experiencias diferentes, lo narrativo y lo personal, Despelote es de los que se quedan contigo. Es un juego que habla de infancia, de identidad y de un momento histórico muy concreto, pero que cualquiera puede entender: esa sensación de que una pelota puede contener el mundo entero.

Despelote está disponible en todas las plataformas actuales, y de oferta en Steam.