• El cambio climático está alterando las señales ambientales que guían las migraciones de ballenas y delfines.
  • Más del 20% de las especies migratorias están en peligro de extinción debido a las alteraciones climáticas.
  • La pérdida de hábitats y la alteración de las cadenas alimentarias amenazan la supervivencia de estas especies.

Las migraciones de ballenas y delfines, que han seguido rutas establecidas durante milenios, se ven gravemente afectadas por el cambio climático. Según expertos, las señales ambientales que guían a estos mamíferos marinos entre sus zonas de cría en los trópicos y sus áreas de alimentación en los polos se están desbaratando, obligándolos a desviarse de sus caminos tradicionales y adentrarse en aguas más peligrosas. Esta alteración en los patrones migratorios pone en riesgo su supervivencia y la de otras especies migratorias.

Un informe reciente de la Convención sobre la Conservación de las Especies Migratorias de Animales Silvestres de la ONU revela que casi ninguna especie migratoria está exenta de los impactos del cambio climático. Desde elefantes asiáticos que se acercan a asentamientos humanos por sequías, hasta aves playeras que llegan a sus zonas de cría desincronizadas con la floración de insectos, los efectos son generalizados. La desaparición de praderas marinas debido al calentamiento, ciclones y aumento del nivel del mar amenaza a tortugas marinas y dugongos, y ecosistemas vitales que almacenan carbono y protegen costas.

En el ámbito marino, el calentamiento de las aguas está empujando a tiburones blancos juveniles fuera de sus hábitats, provocando un aumento de muertes de nutrias marinas en California. Las ballenas y delfines son especialmente vulnerables, ya que el aumento de las temperaturas amenaza tanto a sus presas como a su hábitat. Las olas de calor en el Mediterráneo podrían reducir hasta un 70% el hábitat de las rorcuales comunes en peligro de extinción para mediados de siglo. En el Mar Adriático Norte, las temperaturas más altas podrían volverse intolerables para los delfines mulares, superando su tolerancia fisiológica.

La pérdida de presas en hábitats tradicionales es una preocupación clave, forzando a mamíferos marinos migratorios a seguir a sus presas a aguas nuevas y a menudo más peligrosas. Las ballenas francas del Atlántico Norte, en peligro crítico, son más propensas a colisiones con barcos y enredos en artes de pesca al perseguir a sus presas, que se mueven hacia aguas más frías. Las ballenas jorobadas del Pacífico Norte también están en riesgo, con cambios en sus rutas migratorias que las exponen a enredos en equipos de pesca.

El cambio climático también afecta los ciclos de alimentación en las regiones polares. Los blooms de krill, la presa preferida de muchas ballenas, se están debilitando, adelantando o no materializándose, lo que obliga a las ballenas a viajar distancias mayores en busca de alimento. La desaparición del hielo marino, crucial para el desarrollo del krill, reduce su disponibilidad. Como resultado, ballenas de gran tamaño llegan a sus zonas de cría tropicales visiblemente delgadas, lo que repercute en su salud y capacidad reproductiva, con posibles impactos en cascada en la dinámica poblacional.

Para conservar estas especies, se necesitan estrategias de gestión dinámicas que protejan a los animales durante sus movimientos, como el monitoreo en tiempo real, el desvío de rutas marítimas o la imposición de límites de velocidad para embarcaciones. La investigación continua sobre cómo el cambio climático remodela las migraciones es fundamental para salvaguardar tanto a las especies como a los ecosistemas que sustentan. Las soluciones deben ser tan dinámicas y transfronterizas como las propias migraciones de estos animales.