Durante el verano de 2024, el mundo del coleccionismo vivió lo que muchos consideraron un sueño hecho realidad. Cartas prototipo del juego de cartas coleccionables Pokémon —impresas, supuestamente, durante su creación original en los noventa— comenzaron a aparecer a la venta. Para los aficionados, aquello era historia tangible: las primeras huellas del fenómeno mundial que cambiaría la cultura popular. Y estaban dispuestos a pagar lo que fuera necesario para tener una pieza de esa historia. Algunas de estas cartas, como un Pikachu prototipo, superaron los 200.000 dólares en subastas privadas. En cuestión de semanas, los foros y los canales de subastas se llenaron de rumores, especulaciones y fotografías de las piezas más codiciadas. Pero unos meses después, todo se derrumbaría. En enero de 2025, un usuario del foro Elite Fourum conocido como pfm publicó una investigación que pondría patas arriba la escena del coleccionismo Pokémon. Su conclusión era tan sencilla como devastadora: muchas de las cartas “prototipo” que estaban vendiéndose a precios astronómicos no habían sido impresas en los años noventa… sino en 2024. Y lo más sorprendente de todo: lo demostró utilizando una técnica forense que hasta entonces nadie había aplicado al mundo del coleccionismo.
El oro de papel
La historia comenzó como todas las grandes burbujas del coleccionismo: con nostalgia y codicia a partes iguales. Las cartas que aparecieron durante el verano de 2024 parecían auténticas reliquias. Algunas llevaban fechas de 1995 o 1996; otras mostraban diseños primitivos, logotipos antiguos, ilustraciones de Ken Sugimori o incluso bocetos de Mitsuhiro Arita. El papel era viejo, los bordes mostraban desgaste y los textos coincidían con los primeros documentos conocidos del TCG japonés. Los vendedores afirmaban que procedían de antiguos empleados de Game Freak, y la propia empresa de certificación CGC comenzó a autentificarlas. El mercado respondió con un frenesí pocas veces visto. Cada subasta alcanzaba cifras de cinco o seis dígitos. En cuestión de semanas, se movieron millones de dólares en ventas de cartas “de prueba”. Pero había un detalle que no encajaba: ninguna de esas cartas aparecía en los registros históricos de la franquicia. Ni en las revistas CoroCoro de los noventa, ni en los libros oficiales, ni en los archivos de Nintendo. Era como si hubieran surgido de la nada.

La sospecha
El 10 de enero de 2025, pfm —un coleccionista y técnico especializado en restauración digital— abrió un hilo en Elite Fourum avisand de que esos prototipos quizás no eran de los 90. Durante meses había estado comparando escaneos de las cartas con las fuentes históricas conocidas. Su primer hallazgo fue pequeño pero intrigante: los patrones de impresión no coincidían con los de los años noventa. Las cartas parecían demasiado limpias, demasiado uniformes. PfM decidió ir más allá. Utilizando un escáner de alta resolución, analizó los puntos microscópicos de tinta que conforman la impresión en color. Lo que encontró cambiaría el rumbo de la investigación.
El lenguaje oculto de las impresoras
Desde los años ochenta, los fabricantes de impresoras a color habían implementado un sistema de seguridad casi invisible: matrices de puntos amarillos microscópicos impresos sobre cada hoja. Este código —conocido como machine identification code— fue diseñado para combatir la falsificación de dinero y permite identificar el modelo exacto de impresora y la fecha de impresión. PfM amplió las imágenes de las cartas y descubrió algo sorprendente: todas compartían el mismo patrón de puntos. Lo pasó por un programa capaz de decodificar las matrices de impresoras Xerox, y el resultado fue claro: Fecha de impresión: 29 de junio de 2024. Las cartas supuestamente impresas en 1996 habían salido de una impresora doméstica moderna, casi treinta años después.

De reliquias a réplicas
A medida que más coleccionistas enviaban escaneos, el patrón se repetía. Las cartas de los grupos llamados Alpha Presentation, Beta Playtest y Delta Prototype mostraban fechas de impresión en 2024 —incluso algunas tan recientes como noviembre. El hallazgo fue tan contundente que comenzó a afectar al mercado. Las casas de subastas cancelaron ventas; CGC emitió un comunicado anunciando una investigación interna; y los precios de las supuestas reliquias se desplomaron de un día para otro. Pero el misterio no acababa ahí. Algunas de las cartas analizadas incluían firmas auténticas de Takumi Akabane, uno de los diseñadores originales del TCG. ¿Cómo era posible que el propio Akabane hubiera firmado cartas impresas casi tres décadas después del supuesto diseño original?
El fantasma de Akabane
En 2022, una cuenta de Instagram llamada banit1965 había publicado varias fotos de lo que parecían ser prototipos originales, entre ellas una carta de Seadra con la fecha “1995”. La cuenta fue borrada tiempo después, pero muchos la atribuían al propio Akabane. Cuando comenzaron a aparecer cartas idénticas en el mercado dos años más tarde, los coleccionistas creyeron haber encontrado el origen. Sin embargo, pfm notó algo inquietante: una de las “nuevas” Seadra parecía tener exactamente las mismas imperfecciones de impresión que la publicada en 2022. Todo apuntaba a que la carta vendida era una fotocopia de la imagen del Instagram original. Poco después, otra serie de cartas “firmadas” por Akabane empezaron a mostrar el mismo patrón de impresión de 2024. Algunos incluso tenían correcciones en rojo reproducidas por impresora, no trazadas a mano. ¿Había participado Akabane en la reproducción de falsificaciones, o alguien estaba utilizando su nombre para darles legitimidad? Nadie tenía la respuesta.

Reconstruyendo la historia perdida
El hallazgo de pfm obligó a la comunidad a replantearse toda la historia de las cartas prototipo. Hasta ese momento, se creía que existían varias fases de diseño —“Alpha”, “Beta”, “Presentation”, “Playtest”— que correspondían a diferentes etapas del desarrollo del juego en los noventa. Pero al analizar los registros históricos, solo tres grupos coincidían con documentos auténticos: el prototipo de Seadra (1995), visto en fotos del propio Akabane; el grupo Alpha Playtest, mencionado en un libro oficial de 1998; el grupo Beta Presentation, que aparecía en la revista CoroCoro de agosto de 1996. El resto de grupos —decenas de cartas que habían alcanzado precios de lujo— no tenían correlato histórico alguno. Eran, con casi total seguridad, creaciones modernas inspiradas en los diseños antiguos, fabricadas con precisión digital.
El golpe final
En febrero de 2025, pfm publicó una actualización: había logrado descifrar el segundo patrón de puntos, conocido como “Alpha Pattern”. Usando una base de datos de modelos de impresoras Konica-Minolta, descubrió que el código correspondía a máquinas fabricadas entre 2016 y 2019. Eso significaba que incluso las copias sin marca Xerox, que algunos defendían como “auténticas”, también provenían de impresoras modernas. La evidencia era abrumadora: más del 90 % de las cartas prototipo vendidas desde 2022 habían sido impresas entre 2020 y 2024. Y sin embargo, muchas de ellas habían pasado por los sistemas de certificación de las principales empresas del sector.

El silencio de las grandes compañías
La revelación generó un terremoto en el mundo del coleccionismo. CGC Cards —la empresa que había autenticado varias de las cartas— emitió un comunicado vago: “Estamos llevando a cabo una investigación interna. Todas las transacciones relacionadas quedan suspendidas hasta nuevo aviso.” Nadie asumió responsabilidad. Los vendedores borraron sus cuentas, las casas de subastas cancelaron los envíos y las copias que ya habían sido certificadas quedaron atrapadas en un limbo legal. El mercado de prototipos, que hasta entonces se había alimentado del mito de la exclusividad, se convirtió en un campo minado de desconfianza. La confianza, esa moneda invisible que sostiene todo coleccionismo, se había resquebrajado.
Una técnica forense contra un mito
La verdadera lección de esta historia no está en el dinero perdido, sino en el método. Por primera vez, un aficionado —no una institución— había utilizado análisis forense de impresión para desmantelar un fraude de escala internacional. No hubo confesiones, ni filtraciones, ni pistas en redes sociales. Solo un patrón de puntos microscópicos que reveló la verdad escondida bajo capas de papel y nostalgia. PfM lo explicó en una frase que se hizo célebre en los foros: “No fue el olor del papel lo que los delató, sino el silencio de una impresora moderna.”

La herida invisible
Hoy, los coleccionistas más veteranos siguen intentando reconstruir el daño. Algunos compraron cartas falsas por decenas de miles de dólares. Otros las guardan como curiosidades, reliquias de una estafa que ya forma parte de la historia del coleccionismo. Lo más inquietante es que nadie sabe quién las imprimió. El origen exacto del fraude sigue sin resolverse, y algunos sospechan que podría involucrar a antiguos empleados con acceso a material de archivo. Mientras tanto, el mercado ha cambiado para siempre. La confianza ya no puede darse por sentada.
El futuro del pasado
El caso de las cartas prototipo falsas de Pokémon no es solo una historia sobre falsificación: es una historia sobre cómo la tecnología —la misma que un día permitió imprimir los sueños de una generación— también puede reescribirlos. Hoy, cada vez que un coleccionista examina una carta antigua bajo la lupa, busca más que tinta y papel. Busca una verdad que ya no se puede dar por sentada. Y tal vez esa sea la lección más importante: que incluso en un hobby construido sobre la nostalgia, la historia puede falsificarse, pero la verdad, tarde o temprano, siempre encuentra la manera de imprimirse.
